DISCURSOS A MIS
ESTUDIANTES
CHARLES SPURGEON
PLATICA VIII
Sobre la Voz
Demóstenes
tuvo razón, a no dudarlo, al asignar el lugar de primera, segunda y tercera
importancia a una buena elocución; pero ¿de qué vale ésta si el hombre no tiene
nada que decir? Un hombre dotado de la más excelente voz, y a quien le falten
conocimientos y un corazón ardiente, será "una voz clamando en el
desierto;" O como dice Plutarco, "Voz y nada más." Semejante
hombre bien podría lucirse en el coro, pero en el púlpito seria inútil. No sois
cantores, sino predicadores.
Verdades preciosas
en extremo, se pueden perder mucho de su mérito por ser expresadas en un tono monótono
de voz. Qué lástima que un hombre que de corazón predicaba doctrinas tan
preciosas, y en el lenguaje más a propósito, hubiera cometido suicidio
ministerial haciendo uso de una sola cuerda, aunque el Señor le había dado un instrumento
de muchas para que todas las tocase.
TENED
CUIDADO DE NO CAER EN LAS AFECTACIONES HABITUALES Y COMUNES DEL TIEMPO ACTUAL
el abate
Mullois, dice: "En cualquier otro lugar los hombres
hablan; hablan en el foro y en el tribunal; pero ya no hablan en el
púlpito, sino por el contrarío, allá encontramos un lenguaje ficticio y
artificial, y un tono falso. ¿Qué pensaríais de un hombre que conversara de un
modo semejante en un salón? Por cierto que provocaría muchas
risas.
No se le
debe permitir que ocupe el púlpito a un hombre que no tenga una elocución
natural y libre. Luego que abandonéis lo natural y lo real, perderéis el
derecho de ser creídos, así como el de ser escuchados.
Hay otro
estilo del cual os suplico que no os riáis. Se describe este método de
pronunciación como femenino, carantoñero, delicado, sandio y yo no sé cómo
indicarlo con más exactitud. Casi todos nosotros hemos tenido la felicidad de
oír estas varías clases de tonos, y tal vez otros más extravagantes todavía.
Insisto en que las mejores notas, de que es capaz la voz de un hombre, se deben
emplear en la predicación del Evangelio, y éstas son aquellas que la naturaleza
le enseña que use en la conversación animada.
Es
necesario también deciros que abráis la boca al hablar, porque el inarticulado
gruñido tan común entre nosotros, es el resultado, por regla general, de mantener
la boca medio cerrada. Los evangelistas no escribieron en vano de nuestro
Señor: "Y abriendo su boca, les enseñaba." Abrid cuanto sea
necesario las puertas por las cuales la verdad tan hermosa ha de salir.
Evitad la
costumbre de muchos que no pronuncian con claridad la letra "r," pues
esta falta no tiene excusa, y es muy ridícula en su efecto. Dijo Gregorio
Nacianceno: "Quitadme todo lo demás, menos la elocuencia; y nunca me
pesará haber hecho muchos viajes para estudiarla."
HABLAD
SIEMPRE DE TAL MANERA QUE PODÁIS SER OÍDOS
¿Para qué
sirve un predicador cuyas palabras no pueden ser oídas? La modestia debe
inducir a un hombre falto de voz, a ceder su lugar en favor de otro más apto
para la tarea de pregonar los mensajes del Rey.
Es
detestable oír a un hombre robusto gruñir y hablar entre dientes, aunque sus
pulmones tengan fuerza suficiente para dar las notas más altas; pero por otra
parte, es necesario tener presente que por fuerte que sea la voz de un hombre,
no se le oirá bien si no pronuncia cada palabra con claridad.
Es
Imposible escuchar a un hombre que avanza sólo una milla en cada hora. Una
palabra hoy y otra mañana, son como un fuego lento que sólo los mártires pueden
soportar.
Vuestro
auditorio no debe notar que respiráis: el acto de tomar aliento debe pasar tan
inadvertido, como la circulación de la sangre.
NO
EMPLEÉIS TODA LA VOZ EN
VUESTRA PREDICACIÓN
Cierto es
que debéis procurar conservarlos despiertos, pero recordad que para esto no es
necesario romperles el tímpano del oído. "El Señor no está en el
viento."
Observad
cuidadosamente la costumbre de variar la fuerza de vuestra voz. Hablad
en voz alta o baja, según las exigencias del sentimiento de que estéis Poseídos
MODULAD
VUESTROS TONOS
Cambiad
con frecuencia la elevación de la voz, y variad constantemente su tono.
ACOMODAD
SIEMPRE VUESTRA VOZ A LA
NATURALEZA DE VUESTRO ASUNTO
No os
llenéis de júbilo al tratar de un asunto triste, ni por otra parte, hagáis uso
de un tono doloroso, cuando el asunto os exija una voz alegre como si
estuvierais bailando al son de una música angélica. Acomodad siempre pues,
vuestra voz a la naturaleza de vuestro asunto, y sobre todo, obrad con naturalidad
en cuanto hagáis.
ESFORZAOS
EN EDUCAR VUESTRA VOZ
No rehuséis hacer todo lo posible por lograr este fin,
teniendo presente lo que se ha dicho y con razón: 'Por prodigiosos que sean los
dones que la naturaleza prodiga a sus escogidos, no pueden desarrollarse ni
perfeccionarse sino por medio de mucho trabajo y de mucho estudio.
RESPECTO DE VUESTRAS GARGANTAS: CUIDADLAS BIEN
Tened
cuidado siempre en limpiarlas antes de comenzar a hablar, pero nunca lo hagáis
mientras estéis predicando.
PLATICA IX
Sobre la Atencion
Si están
distraídos los ánimos de los que nos escuchan, no pueden recibir la verdad, y
casi lo mismo sucederá si son torpes. No es posible que les sea quitado a los
hombres el pecado, de la misma manera que Eva fue sacada del costado de Adán, es
decir, mientras están dormidos. Es preciso que estén despiertos, entendiendo lo
que les decimos y sintiendo su fuerza; de otro modo, bien podríamos nosotros
también entregarnos al sueño.
A un
ministro racional, —y por desgracia no todos lo son, — debe parecer
indispensable la
atención
de todos sus oyentes desde el mayor de edad hasta el más joven. Debemos
acostumbrar aun a los niños a estar atentos.
Estad
seguros de que casi siempre la única persona que merece reñirse, es el
predicador mismo. Es verdad que los oyentes deben atender, pero no por eso es
menos el deber que tenéis de hacerlos atender. Debéis atraer los peces a vuestro
anzuelo, y si no vienen, debéis acusar al pescador y no a los peces.
Compeledles a que estén quietos por algún tiempo para escuchar lo que Dios
tenga que decir a su alma. Tened presente que para muchos de nuestros oyentes
no es fácil estar atentos, no tienen interés en el asunto de que se trata, y no
han sentido ninguna operación de gracia en su corazón, suficiente para hacerles
confesar que el Evangelio tiene para ellos algún valor especial. Debéis tener
fuerza suficiente en vuestro discurso y en su asunto, para levantar a los
oyentes desde la tierra a la cual propendan por naturaleza, y elevarlos más
cerca del cielo.
La mejor
cosa como auxilio del predicador, después de la gracia de Dios, es el oxígeno en
abundancia. Rogad que os sean abiertas las ventanas del cielo, pero empezar por
abrir las de vuestros templos.
supongamos
que está arreglado todo esto. Se ha quitado el aire impuro, y se han corregido los
malos hábitos de la gente: ¿qué nos resta que hacer? Para ganaros la atención
de vuestro auditorio, es preciso que
digáis algo digno de oírse. Esta es la primera regla de valía. Casi todos los
hombres tienen un instinto que les incita a tener gusto en oír una cosa
interesante. Tienen, también, otro instinto que debéis tener presente, a saber el
que les impide que vean la utilidad de atender a palabras vacías. Ningún
auditorio atenderá por mucho tiempo a palabras, palabras, palabras y nada más.
Por lo que yo sé, no hay ningún mandamiento que diga "No harás uso de
muchas palabras," pero sí se comprende esto en aquel que dice: "No
hurtarás," puesto que sería un fraude dar a vuestros oyentes palabras en
vez de alimentos espirituales.
Se puede
decir, tratándose aun del mejor predicador, que "en la muchedumbre de
palabras no faltará el pecado." Dad
a vuestros oyentes algo que puedan guardar y retener en la memoria, algo
que pueda servirles: los mejores pensamientos de mejor procedencia, doctrinas sólidas
de la palabra de Dios.
tomad
mucho empeño en hablar con sencillez.
Por excelente que fuera vuestro discurso, no podría servir a los que no lo
comprendieran. Si hacéis uso de frases que estén fuera del alcance de vuestros
oyentes, y de formas de expresión que no puedan entender. Si vuestro corazón
rebosa una cosa buena, ordenadla bien, expresadla con claridad, y estaréis bien
seguros de ganar tanto el oído como el corazón de los oyentes.
Ocupaos
también con solicitud, de lo que atañe a vuestro estilo oratorio. Buscad de esta manera la atención de vuestro
auditorio. Y aquí os aconsejaría yo como regla general, que no leyerais vuestros sermones. el ministro no improvisa los pensamientos, pero
sí las palabras. El lenguaje le llega en el momento de predicar; pero habiendo
meditado muy bien con anticipación en el asunto, es natural que hable, como
maestro en Israel lo que sabe, y que testifique lo que ha visto.
Para
ganar la atención de vuestro auditorio Variad
muy a menudo la elevación de la voz. Variad también la rapidez de vuestra
elocución. Lanzaos a veces, con tanta velocidad
como el relámpago, y en seguida deteneos y avanzad con mucha calma. Variad
vuestro acento, alterad vuestro
énfasis, y evitad la monotonía. Dad también variación a los tonos: usad a veces el bajo y dejad resonar el
trueno; en seguida, hablad en el tono propio de la conversación natural. Buscad de todos modos la
variedad.
guardaos de hacer la introducción de
vuestros sermones demasiado larga.
Causa siempre mala impresión ver edificar un gran pórtico
enfrente de una casa pequeña.
Sed vivos desde el principio de vuestro
discurso. Al predicar, no os repitáis. no repitáis la misma idea muchas veces,
variando sólo las palabras. Esforzaos en dar algo nuevo en cada sentencia. No
estéis martillando siempre sobre el mismo clavo: vuestra Biblia es grande, y
debéis procurar que vuestros oyentes disfruten de ella en toda su extensión.
Si
necesitarais de otra cosa para cautivar la atención, os diría yo: tened interés
vosotros, y podréis interesar a vuestros oyentes. Hay en estas palabras algo
más de lo que parece a primera vista, y por eso haré uso de la costumbre de
repetir, que acabo de condenar, y repetiré mi observación: tened interés
vosotros, y podréis interesar a vuestro auditorio. Debe tener tanta importancia
vuestro asunto en vuestro propio concepto, que os sintáis movidos a emplear
todas vuestras más nobles facultades, en la presentación de él; y entonces,
cuando vuestros oyentes pueden ver que el asunto se ha apoderado de vosotros,
los cautivará a ellos poco a poco. ¿Os parece a vosotros extraño que la gente
no atienda a un hombre que siente que no tiene nada de importancia que decir?
¿Os causa sorpresa que no escuchen los oyentes con una atención fija, cuando un
hombre no les habla con todo su corazón? ¿Os admira que sus pensamientos se
ocupen de asuntos reales para ellos, cuando encuentran que el predicador está
malgastando el tiempo tratando de asuntos que no tienen para él más importancia
de la que tendrían si fueran ficciones?
No cabe
duda en que ha de haber muchos que piensen lo mismo. "Las historietas
bonitas," son
buenas,
pero nunca debemos confiar en ellas como si fueran los atractivos principales
de nuestros sermones. Cultivad, al
preparar vuestros sermones, lo que el Padre Taylor llama "El don de
sorprender." Es muy útil esto para cautivar la atención. No digáis lo que
todos esperan.
Evitad rutinas en el modo de formar las oraciones.
Os sugiero también que para cautivar la atención y retenerla durante todo el
discurso, es menester hacer creer al auditorio que puede tener un interés
profundo en lo que estamos diciéndole.
Predicad sobre asuntos prácticos, urgentes, actuales, personales, y
se os prestará una atención muy seria. Sería
conveniente evitar, a todo trance, que el cuidador del templo anduviera
componiendo el aparato de gas, o las
luces, o repartiendo los platillos para la colecta, o abriendo las ventanas, mientras estáis predicando.
Vestíos, pues, del poder del
Espíritu de Dios, y
predicad a los hombres teniendo presente que pronto tendrán que dar cuenta, y
que desean que ésta no sea triste para su pueblo, ni funesta para ellos mismos,
sino que sea para la gloria de Dios. Hermanos, que el Señor os acompañe cuando
salgáis en su nombre con el fin de decir al pueblo: "El que tiene oído,
oiga lo que dice el Espíritu."
PLATICA X
El Don de Hablar
Espontaenamente
Los
pensamientos repentinos que proceden de la mente sin previo estudio, sin
haberse investigado los asuntos tratados, deben ser muy inferiores, aun cuando
los hombres más inteligentes los profieran; y puesto que ninguno de nosotros se
atrevería a glorificarse a si mismo como hombre de genio, o como una maravilla
de erudición, mucho me temo que nuestros pensamientos impremeditados sobre la
mayoría de asuntos, no fuesen dignos
de una atención muy fiel.
La
mayoría de la gente buena se cansa bien pronto de una ignorancia tan insulsa, y
vuelven a las iglesias de las cuales se separaron, o mejor dicho, volverían si
pudieran hallar en ellas buena predicación.
El método
de hablar sin previa preparación, ha salido completamente malo en la práctica,
y es esencialmente defectuoso. El Espíritu Santo nunca ha prometido suministrar
alimento espiritual a los santos por medio de ministros que improvisan. El
nunca hará por nosotros lo que podemos hacer por nuestras propias fuerzas.
Toda
clase de sermones deben ser considerados y preparados bien por el predicador; y
cada ministro, pidiendo luces al cielo, debe entrar plenamente en su asunto,
empleando todas sus facultades mentales, hasta donde le sea posible, en pensar
con originalidad, después de haber recogido cuantos Informes se hallen a su alcance.
Considerando el asunto de que quiera tratar bajo todos sus aspectos, el
predicador debe elaborarlo, rumiándolo, digámoslo así, y dirigiéndolo.
Habiéndose alimentado primero a sí mismo con la Palabra , debe preparar un
nutrimento semejante para los demás.
No
recomiendo la costumbre de aprender sermones de memoria y de reproducirlos,
porque este es un ejercicio fastidioso de una facultad inferior de la mente, y
un descuido de otras virtudes superiores. El plan más útil y recomendable, es
que proveáis vuestra mente de pensamientos relativos al asunto del discurso, y
que después los expreséis con las palabras propias que se os sugieran en el
momento de predicar. Esta clase de predicación no es extemporánea: las
palabras, si, y en mi concepto ellas deben serlo; pero los pensamientos son el
resultado de mucho escudriñamiento y estudio.
Que es
pues de valor, tal don, nadie lo puede negar; mas ¿cómo puede obtenerse? Esta
pregunta me sugiere la observación de que algunos nunca lo conseguirán. Debe
tenerse una aptitud
natural para hacer una improvisación, así como para el arte
patético. Un poeta nace; no se hace.
"El
arte puede desarrollar y perfeccionar el talento de un orador, pero no puede
producirlo." Todas las reglas de la retórica, y todos los artificios de la
oratoria son insuficientes para hacer a un hombre elocuente: la elocuencia es
un don que nos viene del Cielo, y aquel a quien ésta se niega, nunca podrá
obtenerla. Este "don de improvisar," como puede llamársele, nace con
algunas gentes, heredado probablemente de la madre. A otros les ha sido negado
semejante don: la mala conformación de sus órganos vocales, y lo que es más, la
mala conformación de su cerebro, nunca les permitirá hablar con fluidez y
facilidad.
SI un
hombre quisiere hablar sin tener que estudiar en el momento de hacerlo, debe
por costumbre ser asiduo en el estudio.
La
reunión de un caudal de ideas y de expresiones, es cosa útil en extremo.-Hay riqueza y pobreza en
las unas y en las otras. El que ha adquirido vastos conocimientos, los tiene
bien arreglados, perfectamente comprendidos, y está íntimamente familiarizado
con ellos, podía a semejanza de algún príncipe de riquezas fabulosas, regar el
oro a diestra y a siniestra entre la multitud. A vosotros, señores, os será
indispensable relacionaros estrechamente con la Palabra de Dios, con la
vida interior espiritual, y con los grandes problemas del tiempo y la
eternidad. De la abundancia del corazón habla la boca.
La
adquisición de otro idioma nos proporciona un buen instrumento para ayudarnos en la práctica de
improvisar. Puesto uno en relación con las raíces de las palabras y las reglas
del lenguaje, y obligado a fijarse en las diferencias de los dos idiomas, se va
familiarizando gradualmente con las partes de la oración y sus accidentes, y
los modos y tiempos de los verbos que son el alma de la locución; y a semejanza
de un obrero, conoce perfectamente su herramienta y la maneja como su constante
compañero.
Los
estudiantes que viven juntos podrían ayudarse mutuamente de un modo eficaz,
fungiendo alternativamente de oyentes y de oradores, y atendiendo a una crítica
moderada y amistosa que se le hiciera al fin de cada ensayo. La conversación
también puede ser sumamente útil, si versa sobre algún asunto que la haga edificante
y provechosa. El pensamiento debe estar ligado a la expresión: he ahí el
problema; y puede ayudar a uno a su solución, el que procure en sus
meditaciones privadas, pensar en alta voz.
Un buen
discurso improvisado, no es otra cosa que la expresión de los pensamientos de
un hombre práctico, de buena instrucción, que medita concienzudamente, y deja
que sus ideas salgan por medio de su boca al aire libre. Pensad en voz alta
cuantas veces podáis al encontraros solos, y pronto estaréis en el camino real
que lleva al buen suceso en este asunto. Las discusiones y debates en la
escuela, son de vital importancia para progresar en este sentido y por eso aconsejaría
yo a los hermanos más retraídos, que tomaran parte en ellas.
Seguid
siempre adelante, confiando en Dios, y todo os saldrá bien. Si habéis incurrido
en alguna falta gramatical, y os sentís inclinados a volver atrás para
corregirla, incurriréis pronto en otra, y vuestra indecisión os envolverá como
una red. Dejadme deciros en secreto, para que lo oigáis vosotros solamente, que
es siempre cosa mala el retroceder. Si proferís un disparate verbal, adelante,
y no os fijéis en él. Mí padre me dio una regla muy buena cuando estaba yo
aprendiendo a escribir, y creo que la misma es igualmente útil tratándose de
aprender a hablar. Recuerdo que me decía "Cuando estés escribiendo, sí
pones un disparate alterando las letras de una palabra, o empleándola
impropiamente, no la taches ni te fijes sólo en ella, sino busca el medio más
fácil de cambiar lo que ibas a decir en lo que tienes escrito, a fin de que no queden
trazas ningunas de error." Y así al hablar, si la frase empezada no puede
terminar de la mejor manera, concluidla cambiándola de giro.
Hermanos
míos, si al Señor le ha placido llamaros al ministerio, os asisten las mejores
razones
para
manifestar valor y estar tranquilos, porque ¿a quién tenéis que temer? Os
cumple desempeñar la comisión que el Señor os confiere, de la mejor manera que
podáis; y si así lo hacéis, no tenéis que dar cuentas a nadie más que a vuestro
Amo celestial, quien no es, a la verdad, un juez severo. No subís al púlpito
para luciros como oradores. o para halagar los gustos del auditorio: sois los
mensajeros del cielo y no los criados de los hombres.i Recordad las palabras
del Señor a Jeremías, y tened miedo de dar abrigo al temor. "Tú pues ciñe
tus lomos, y te levantaras, y les hablarás todo lo que yo te mandaré. No temas
delante de ellos, porque no te haga quebrantar delante de ellos." Jer.
1:17. Confiad en el auxilio inmediato del Espíritu Santo. Y el temor del hombre
que le sirve de lazo, se apartará de vosotros.
Si tenéis
la fortuna de haber adquirido la facultad de hablar sin preparación, os ruego
que recordéis que podéis muy fácilmente perderla. Continuamente debéis
ejercitaros en hablar de improviso; y si para proporcionaros oportunidades de
hacerlo, tu-vieseis que hacer uso de la palabra frecuentemente en las más
cortas aldeas, en las escuelas de nuestros villorrios, o dirigiéndose a dos o
tres personas que se hallen a vuestro lado, el provecho que saquéis será notado
por todos.
Sobre
todo, cuidad de que vuestra lengua no exprese nunca lo que no pensáis. Guardaos
contra una débil fluidez, contra una insustancial palabrería, contra una
facilidad de hablar mucho sobre nada.
de este
asunto lo que comúnmente se llama predicación improvisada, es decir, el
arte de dar a un sermón las dimensiones que tienen los pensamientos,
dejando que las palabras para la exposición de ellos nos vengan por sí solas;
pero esta es ya una cosa del todo diferente, y aunque considerada por
algunos como un gran privilegio, es en mi concepto un requisito
indispensable para el púlpito, y de ningún modo una ostentación de
talento.