lunes, 6 de agosto de 2012

COMIENZA YA, Charles R. Swindoll

¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

Cada día frecuentamos con personas que tienen una u otra necesidad. A las cuales nos acercamos pensando ayudarlas ¡Sin embargo nos mantenemos a una distancia prudencial formulando preguntas agradables y haciendo comentarios corteses!

Hasta llegamos a decir: “déme una llamada si me necesita”
¡Si, claro!

Seamos sinceros, ¿Cuándo fue la ultima vez que alguna persona necesitada le “dio una llamada”? ¿De veras piensa que eso llegara a suceder? Y aun si alguien lograra juntar coraje para levantar el teléfono, ¿seria cierto su comentario respecto de ayudarlo?

Temprano en la vida aprendemos a decir las palabras adecuadas, sin embargo en lo profundo ninguna de ellas se pronuncia con sinceridad.


UN SAMARITANO COMPASIVO (Lc. 10:30-35).
Dicho sin rodeos, un samaritano era mestizo. Los verdaderos judíos aborrecían tanto a los samaritanos que rehusaban todo contacto con ellos. Incluso detestaban la idea de tener polvo samaritano en sus sandalias. Si un judío del sur tenia planes de visitar Galilea, al norte, como Samaria estaba justo en el medio de ese viaje, prefería rodearla antes que cruzarla.

Recuerde que Jesús contó esta historia para responder a la pregunta  “¿Quién es mi prójimo?” Pero a medida que se desarrollaba la historia, se hizo evidente para todos que su respuesta no debía estar relacionada con geografía… ni raza… ni estilo de vida.

Los tres hombres de la historia de Jesús “vieron” al que fue desnudado, golpeado y abandonado. Pero solo uno, el samaritano mestizo, sintió COMPASIÓN por el hombre.

La COMPASION diferenciaba al samaritano de los otros dos. La COMPASIÓN era el eslabón de conexión, el imán, que lo atraía a la victima impotente.

Incluso hoy, la COMPASIÓN hace eso.

Invariablemente, la COMPASIÓN dice: “Involúcrate. Extiéndete. Arriésgate. No puedes ignorar las necesidades de esta persona. Te interesas demasiado para seguir de largo”. Otro escritor del nuevo testamento percibe a la compasión como el elemento que hace que el cristianismo sea autentico. Al igual que una moneda de una sola cara, la fe sin obras es una falsificación.

Preste atención a como lo dice Santiago:
“Hermanos míos, ¿de que le sirve a uno alegar que tiene fe si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que un hermano o una hermana no tiene con que vestirse y carece del alimento diario y uno de usted les dice: “que les vaya bien; abríguense y coman hasta saciarse”, pero no les da lo necesario para el cuerpo ¿de que servirá eso?”

Obviamente, el samaritano de la historia de Jesús demostró fe autentica. Su COMPASIÓN puso manos a la obra. Considere su genuina preocupación.

  • Se acerco a la victima.
  • Le curo las heridas con vino y aceite.
  • Vendó las heridas del desconocido.
  • Monto al desconocido sobre su propia cabalgadura.
  • Se quedo durante la noche cuidando del hombre.
  • Se hizo cargo de los gastos, incluso prometiendo regresar y pagar cualquier otro gasto que pudiera incurrirse (algo así como dejarle su tarjeta visa al dueño del alojamiento).

Hasta donde sabemos nosotros, el samaritano no le dirigió ni una sola palabra de compasión al viajero herido. Sencillamente se arremango y la demostró.


- ‘Comienza Ya’, Charles R. Swindoll

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